miércoles, 23 de junio de 2010

Decálogo para formar un delincuente





El patio de Monipodio

La clase de 3º de la que soy tutora es todo un ejemplo de integración intercultural de la Comunidad de Madrid. Tiene 19 alumnos, casi todos son de Ecuador menos dos alumnas españolas, una de ellas absentista. Está formada por alumnos repetidores y alumnos PIL. Vamos que tengo lo mejorcito del instituto. Además, tres alumnos han sido colocados aquí porque han llegado directamente de su país, pero su nivel es inferior a un 6º de primaria.
Resultado de imagen de bloggeles el patio de monipodioLo peor es que no quieren aprender, aunque les demos todos los contenidos bien mascaditos. No traen libros, si les damos una fotocopia la pierden. Se ponen de acuerdo para decir que no había ejercicios, copian todo lo que pueden... Al principio se comportaban como gamberros, al final como predelincuentes. Tengo la sensación de que han vuelto de América los descendientes de los Lazarillos, Buscones y Alemanes que se fueron allí a cambiar de fortuna.
Mi clase se ha convertido en una escuela de delincuencia. Yo la llamo el patio de Monipodio, el lugar donde se reunían todos los rufianes (ladrones, mendigos, falsos mutilados, supuestos estudiantes y prostitutas) de Sevilla. en la novela de Cervantes Rinconete y Cortadillo. Desde principio de curso hemos tenido el robo de dos abonos de transportes, tres móviles y tres robos en metálico: uno de veinte y dos de diez euros; y un conato de extorsión a un alumno de un curso inferior. Primero se robaron entre ellos y luego al resto de la comunidad educativa, incluidos los profesores. Todos los esfuerzos que hemos hecho para educarlos en valores han fracasado. Las familias han pasado olímpicamente.
Como muestra un botón. Paso a relatar los hechos que ocurrieron delante de mis ojos en clase un día de junio, cuando sólo tres alumnos tenían probabilidades de aprobar alguna asignatura. La protagonista, por cierto, española se merecería el Oscar a la mejor actriz de reparto:

Una alumna me indica que se me han caído las gafas. Miro al suelo y veo una flamante funda de ray-ban. “No son mías”, le digo. Inmediatamente las recoge y se las prueba.
-Que no te las pongas -la amonesto-, cuando termine la clase las bajaré a conserjería, porque seguro que son de algún profesor que las ha perdido.
No me hace ni caso y se las prueban sus amigos. Cuando me enfado, se presta solícita a entregarlas ella misma. No me resisto ante tamaña amabilidad y la dejo bajar, no sea que luego se me olvide a mí hacerlo.
Sale con la funda de las gafas en la mano y vuelve al poco rato sin ella. Cinco minutos antes de que suene el timbre llaman a la puerta y aparece la profesora de Inglés con una alumna del Practicum (master para futuros profesores), me dicen que han perdido unas gafas. Les cuento toda la historia y me afirman que abajo no están. La alumna interviene diciendo que no se lo explica y que le deje volver a salir para solucionar el problema. Le doy permiso.
Cuando cierro el aula al final de la clase, la veo venir de otra clase con la funda de gafas. Inmediatamente descubro el pastel: las gafas se quedaron en clase y la funda se la dio a unos amigos. Ante mi estupor y perplejidad, afirma con total tranquilidad:
-Si no eran para mí, no me sentaban bien. Además yo no las he robado, porque ya las he devuelto.
Entonces me acordé de que los profesores no lloran.


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